Vivimos en una época en la que el cuerpo grita lo que el alma calla. El estrés, el insomnio, los trastornos de ansiedad, y condiciones como el autismo —que lejos de ser enfermedades son formas distintas de percibir y adaptarse al mundo— se multiplican. Como médico, lo veo cada día: pacientes agotados, sobreestimulados y muchas veces atrapados en una cadena de medicamentos que apagan síntomas pero no abordan la raíz.
Frente a este escenario, cada vez más personas buscan volver a lo esencial. Y allí, las medicinas ancestrales nos extienden la mano con sabiduría. El cannabis medicinal y los hongos adaptógenos nos enseñan que el cuerpo tiene una capacidad inmensa de autorregulación… solo necesita las condiciones adecuadas.
Los hongos se destacan como grandes maestros de la adaptación. Son resilientes por naturaleza: sobreviven en los ambientes más hostiles, regeneran, transforman, colaboran. Al consumirlos en forma medicinal, nos comparten esa misma capacidad adaptativa. Nos enseñan, literalmente, a florecer en medio del caos.
Estas herramientas, lejos de ser moda, cuentan con respaldo científico que confirma sus efectos en el sistema nervioso, el sueño, la inflamación y la neuroplasticidad. No se trata de dejar de lado la medicina convencional, sino de integrar lo mejor de ambos mundos. De escuchar al cuerpo. De dejar de tapar con fármacos lo que puede transformarse con hábitos, presencia y naturaleza.
Recuperar nuestra salud no es una utopía: es un acto de soberanía. Requiere volver a mirar cómo vivimos, cómo comemos, cómo descansamos y cómo nos vinculamos. En ese regreso, las plantas y los hongos nos acompañan como lo han hecho desde tiempos inmemoriales.
La medicina del futuro tiene raíces muy antiguas. Y está más viva que nunca.
Dr Alejandro Kamenjarin
MN 91014
@henkomedicinaintegralfamiliar